Morgue Clandestina

martes, 29 de diciembre de 2009

Confesiones bajo la sotana


Sentado a mi siniestra, no es mucho mayor que yo. Nunca había estado tan cerca de uno; inspira confianza, aunque me recuerda al Padre Amaro. Cuando abordó, dije: "¡En la madre, Dios me agarre confesada!" Sí, así fue mi retorno a Aztlán. Ni me digan; lo único que necesito es que ahora me envíen señales y vengan a querer devolverme al rebaño, o no tanto, pero quizá que me vuelva más espiritual. Eso del espíritu me queda clarísimo. Imagínense, él venía exponiendo sus disertaciones filosóficas y yo las mías, muy poco abstractas, mas bien carnales: yo diría que venía viendo que no estaba nada mal el hijo de su legionaria madre. Desde que subió, hubo cierta tensión extraña -o ni tan extraña- cuando un hombre encomendado a encaminar almas perdidas se encuentra de frente conmigo, ¿qué puede una pensar? una no piensa, pues es un temor y una curiosidad morbosa de saber qué hay debajo de la sotana. Aunque me haga rezar el rosario completo en latín si intento abusar de él, vale la pena intentarlo. Ese viaje de regreso... les juro que yo nunca me había acercado a uno de ellos, y mucho menos con el uniforme puesto, pero yo dije: "Venga a nos tu reino, hágase tu voluntad, aunque me condene."
Mi cabeza palpita; aumentan los latidos a cada kilómetro que el autobús avanza; se acerca cada vez más a la Ciudad. Entre más cerca, más crece el delirio; es un sentimiento extraño: por un lado necesito llegar, pero por otro quiero seguir evadiendo lo que me llevó a alejarme. Domino el miedo, yo tomé mis decisiones...






Gracias Roger

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