Morgue Clandestina

lunes, 16 de julio de 2012

El eterno retorno




Fue una larga noche. Lo vi en sus ojos. Se lo advertí, le dije que había tenido una visión, le expliqué que sabía con mucha seguridad que algo estaba mal y que algo iba a suceder. No me creyó o simplemente dejó que pasara lo que debía pasar. Ignoró lo que sentí y lo que le expliqué que podía pasar si no me decía lo que ocultaba. Si era él, era mejor que lo dijera antes de que sucediera. Igual que en tantas ocasiones, me ignoró y continuó. Bajo advertencia no hay engaño, dicen. No sé por cuánto tiempo dormí, pero no es importante, pasó a la siguiente noche.


Me observaba desde la puerta que había dejado abierta después de discutir con él y haber salido. Necesitaba aire, oxígeno, sentir que respiraba algo que no fuera esa sensación de lo que se acercaba. Pero él había vuelto y se había quedado ahí, observándome, en silencio. El teléfono no funcionaba esa noche. Un ruido minucioso e intencional para que me diera cuenta de que él había regresado y me estaba escuchando y observando desencadenó todo. Lo miré. Sentí un frío interior enorme. No entendía. ¿Qué haces ahí? Sonrió de manera cínica y se quedó aún observando. Luego avanzó hacia mí... todo sucedía lento, mi aliento se aceleraba con él a mis espaldas vigilándome. Le pedí que se fuera, le pedí que me explicara, le pedí que me dijera qué quería. Luego noté que no podía mirarme a los ojos, tenía la mirada perdida, cristalizada, tenía esa expresión que ya había visto una vez y aún no entendía. Sentí la necesidad de salir del departamento, preparada para todo. No me contestaba, sólo percibía su presencia amenazante. Sus movimientos se volvieron extraños, repetitivos. Me mostré relajada ante él, tomé una cartera, mi celular y mis llaves y me levanté de mi lugar de trabajo, frente a la computadora. Lentamente, como esa presa que intenta huir del depredador, fingiendo que no temía nada... me acerqué a la puerta para salir... Sentí cómo tomó mi brazo con fuerza y me dijo ¿a dónde vas?, no sobra decir que no era la primera vez que lo hacía. Instantáneamente lo miré a los ojos sin soltar la perilla de la puerta que él había cerrado... solamente con la mirada le hice saber que sería peor si no me dejaba salir... me soltó y bajé las escaleras, corrí, atravesé la calle y seguí corriendo buscando ayuda...


A unos cuantos metros, unos chicos afuera de un depósito de cerveza me miraron corriendo y al pasar me preguntaron si necesitaba ayuda, en seguida les dije que necesitaba una patrulla y lo que había pasado en unas cuantas palabras... no necesité dar más explicaciones, ellos sin dudar llamaron a la delegación y no tardó más de un minuto en pasar cerca una camioneta con un hombre y una mujer policía, se detuvieron, me preguntaron qué necesitaba y qué había pasado, expliqué no sé cómo todo lo que pude en menos de un minuto y les pedí que lo detuvieran


Entramos al departamento... yo esperé afuera, en el pasillo, solamente escuché cómo lo detuvo el policía y al resistirse se calló una silla... los oí discutir, le decían que se tranquilizara y saliera... traté de ocultarme en el pasillo cuando bajaban con él, pero él aún podía sentirme y volteó, me vio y me pidió con esa voz suave que usaba conmigo que lo soltaran, no pude dejar de ver sus muñecas esposadas y a los policías llevarlo hacia la calle... esperé un momento y luego salí, la mujer policía lo registraba, la ropa, las bolsas... sacó dos objetos y me los mostró: un papel y una pipa rota, cristal del más corriente que le había producido una reacción horrible en la boca desde hacía dos días... eso y toda la serie de eventualidades ilógicas tuvo sentido en ese par de segundos


Me preguntaron qué quería que hicieran con él. Vaya, qué sensación del poder cuando cambia de dueño momentáneamente. Les pedí que lo encerraran todo el tiempo que pudieran, firmé una hoja y aunque él seguía gritándome desde arriba de la patrulla que me amaba, yo solamente me escuchaba a mí recordándoles a los policías que lo encerraran el mayor tiempo posible y agradecerles lo que habían hecho por mí...


Regresé al departamento, recogí la silla, fui hacia mi escritorio y busqué en el chat al único amigo que tenía en Tijuana... Fuimos a la delegación a preguntar si estaba ahí y qué pasaría con él... confirmaron que estaba encerrado y que luego lo trasladarían a la prisión... me advirtieron que saldría en unos tres días... Así fue, era una noche de jueves, no dormí más de una hora y fue la hora más eterna de pesadillas, me levanté y me fui a la escuela ese viernes... Para el mediodía del domingo estaba afuera de la cárcel... 


Fue la primera vez que lo vi sentir miedo, la cárcel era su única debilidad y por ese minuto valió la pena la experiencia. Insistió casi un año en su inocencia y en mis alucinaciones, confusiones y percepciones equivocadas sobre lo que había sucedido. Hasta hoy no se nada más de él y espero no saberlo.





Tijuana, octubre de 2010 



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