Morgue Clandestina

viernes, 10 de junio de 2011

la descolonización

hay algunas historias que viven en lo más profundo de nosotros, esta es una de ellas...



























Mi familia materna es originaria de un pueblo de Michoacán. Mi abuela migró a la Ciudad de México con sus seis hijos: tres hombres y tres mujeres. Se asentaron en un barrio del área metropolitana: Nezahualcóyotl. Crecí bajo el cuidado y enseñanzas de mi abuela, durante dieciséis años, hasta que ella falleció. El duelo que atravesé permaneció cerca de cuatro años. No lograba aceptar ni ender su muerte. ¿Existían las almas?, en tal caso ¿a dónde se iban?












Cada año, al acercarse la fecha de su muerte revivía en mí el mismo padecimiento, insconscientemente. Eran ciclos interminables de dolor, etapas profundas de depresión que era incapaz de controlar. Cuestioné todas mis creencias hasta ese momento, empezando por mi religión. Buscaba respuestas que satisfacieran mis nuevas dudas acerca del mundo en que vivía, de lo que me habían enseñado.












Busqué respuestas en la ciencia, en la historia y la antropología. Me daban destellos de certezas, pero aún no era suficiente. La muerte de mi abuela trajo una serie de cambios para toda la familia. Y para mí no terminaron: comenzaron los accidentes.












Mi abuela me hablaba de las ánimas, la visitaban ocasionalmente. Crecí sabiendo que existían mundos diferentes, que se manifestaban en el ensueño, pero no los conocía, hasta un día cualquiera en marzo del año 2003, en medio de una de las etapas del duelo que atravesaba. Una amiga me invitó a un retiro espiritual, no me dió más información ni yo se la pedí. Mi desesperación y confianza en ella me llevó a ese lugar. Resultó ser una mala suerte de secta escudada con el título de 4o y 5o paso de AA. Tres días de ayuno, sin agua, bajo una presión emocional extremadamente intensa, en la cual la manipulación y abuso configuraban los rituales. En una zona en medio de la nada en Texcoco, enfrenté mi primera prueba. Tras identificar el nivel de control y poder que la secta ejercía sobre el grupo, opté por dejar de contradecir y desobedecer. Por primera vez sentí que mi vida corría peligro, que esas personas podían ser capaces de cualquier cosa y nadie tendría idea de lo que en realidad sucedía ahí dentro, lejos y completamente ocultos. Solos, pues no podíamos establecer conversación con nadie y solamente obedecer, me dispuse a concluir el ritual y seguir al pie las instrucciones, a fin de apresurar el rito y regresar con bien. Nunca experimenté un nivel igual de enajenación de la realidad, nunca observé tantos seres en tan profunda agonía. Sus miradas, sus gestos, sus palabras eran como vidrios astillados. Haber atravesado el rito y regresar a casa me llevaron a reflexionar sobre varias experiencias que se sintetizaban en una: dejar de sentir miedo. Quizá pueda parecer simple, pero no lo fue. Describir con detalle cada emoción y acto durante y después de esa experiencia podría tornarse infinita. Lo que sí puedo decir es que el duelo por la muerte de mi abuela desapareció. Aprendí a controlar el dolor que sentía, pero la ayuda no vino de la secta, sino de otro lugar. Aprendí que en el mundo ocurrían cosas que desconocía. Pero éste sólo fue un primer acercamiento, los accidentes continuaron.












A lo largo de mi trayecto en la historia y la antropología académicas pude conocer un poco más, logré interpretar algunas de esas cosas que no me explicaba y desarrollar en alguna medida mis sentidos; sin embargo, la realidad siempre me rebasó. Algunas de esas miradas que por primera vez encontré en aquél lugar, volví a experimentarlas en ese nuevo espacio, pero todvía no sabía qué eran ni de dónde provenían. Aún existía una inmensidad de cosas que no podía explicar.












En la etapa posterior de mi egreso de la historia académica tuve un encuentro con un ser particular, cuando me disponía a cambiar de domicilio. Unos días antes del encuentro, ratas y cucarachas se atravesaron a lo largo de mi camino. No hablo en sentido figurado. Ratas y cucarachas se paseaban por donde yo pasaba y parecía que solamente yo las veía. Repugnante. Nunca les temí, sólo me producían extrañeza. El encuentro con ese ser tuvo lugar en la estación del metro Insurgentes, en un vagón del tren subterráneo: era un hombre de estatura baja, moreno, de ojos negros, cabello corto obscuro, vestido de manera casual, jeans y camisa de algodón azules, con un aspecto extremadamente limpio entró al vagón.


















Desde mi asiento sentí que mi presión sanguínea disminuía, mareada levanté la mirada en busca de algo, instintivamente. Lo que encontré fueron los ojos de ese ser, fijos en los míos. Las imágenes que había alrededor de su mirada comenzaron a distorsionarse, no podía distinguir más que sus ojos, muy negros, con una profunda expresión de enojo, odio, no sé, que comenzó a infundirme una sensación de miedo y angustia incontrolable. Mis oídos se bloquearon y respiraba con dificultad. Sentí que ese hombre me mataría en ese instante de no moverme, no podía evadir su mirada, estaba atrapada mientras sólo sentía que aumentaba un enorme hueco en mí. Un impulso repentino me hizo levantar del asiento y jalar de una mano a mi compañera y huir hasta el fondo del vagón. Sólo alcancé a notar que el hombre había cerrado sus ojos cuando me levanté y corrí entre la gente que ba de pie. Nadie vio nada, algunos me voltearon a ver cuando corrí, pero nada más. Al final del vagón comencé a llorar y a la vez a tratar de explicar lo que había visto y sentido. Noté que sólo habían pasado segundos, estábamos por llegar a la estación Cuauhtémoc. Esperé a ver que el hombre saliera antes de bajar yo, pero no lo hizo, no lo vi salir. El metro continuó a la siguiente estación, Balderas. Ahí bajé con mi compañera mientras seguía tratando de describir y explicar lo que había pasado. Permanecí dos pasos afuera del tren y entonces logré ver a aquél hombre desdender del metro y desaparecer entre la gente por las escaleras del subterráneo que dirigen a transbordar a la línea 3, por debajo de las vías.












Mi estado anímico fue muy difícil por un par de semanas, estaba aterrada, no entendía qué era lo que había visto, qué o quién era ese sujeto o qué quería de mí. Si bien crecí sabiendo que existían seres ajenos a nuestro entendimiento, nunca pensé que pudieran hacerme algún daño. Y esto no lo fue. Un par de mese después de ese encuentro las cucarachas volvieron a mi espacio y los problemas en mi nuevo domicilio comenzaron a manifestarse. Las personas con quienes compartía la vivienda tuvieron a bien intentar causarme daños; sin embargo, por alguna explicación, ajena a mí, no lo lograron. El sujeto volvió a mí en sueños muy intensos. Después, en la mirada de esas personas, lograba identificar vestigios de la mirada de ese ser del vagón del subterráneo. Compartían la misma mirada, en menor nivel de intensidad, pero era la misma y la misma de otras miradas que había conocido antes de ver a aquél inexplicable ser. Con ello comprendí que ese ser había sido una advertencia. A partir de entonces los sueños nunca paran si debo conocer algún aviso. Continúo identificando en la mirada de las personas y otras manifestaciones simbólicas de la naturaleza o del ambiente si habrán nuevas circunstancias adversas que enfrentar. En cuanto se presentan las comunico y espero su acontecer.


















En los últimos meses tuve una experiencia similar, pero he decidido tomar el control. No es fácil vivir con ello, tampoco me disgusta, pero el miedo no es agradable. Aprendí a no tener miedo de lo que pueda venir y tratar de impedir que surja la adversidad. Hace poco tiempo dos cucarachas se atravesaron mientras realizaba un viaje a la Baja California. Al parecer logré evitar el conflicto, al menos hasta ahora. Y hace unos días maté una cucaracha en mi casa, ese mismo día me soñé infestada de ellas, supe que era un aviso que no debía ignorar. Me encuentro en un mundo en el cual es difícil creer en otro, me encuentro en un mundo en el cual hay seres humanos en quienes no se pueden confiar. Me encuentro en un mundo triste y muy solo. A este mundo lo llaman hegemónico.












No ha sido la única forma de advertencia. He conocido otras, como las que me acompañaron al llegar a los estudios culturales. Sin ellas no habría sobrevivido. El mundo está lleno de mundos que no conocemos. Ahora, una nueva Eme apareció en mi camino, Moa, con quien voy rumbo a lo que llaman Descolonización... siento que entre más me conozco, más cerca estoy de encontrarlos a ellos...












¿Qué son? ¿quiénes son? ¿en dónde están? ¿de dónde vienen? ¿quién los envía? ¿a qué vienen?
























gracias a quienes han estado todo este tiempo conmigo, sin saber de estas historias












MC












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