Morgue Clandestina

martes, 2 de marzo de 2010

My dealer






Por mucho tiempo fui adicta a la música norteña. Y como toda adicta, a toda costa trataba de ocultar mi adicción.
Es que para una morra como yo, que se la rolaba en los bailes de Neza y Texcoco con amigas que escuchaban a Madonna y Shakira, que vomitaban después de atascarse de tacos y que practicaban la religión del Daddy money, era pecado aceptar que me sabía de memoria todos los narcocorridos de los Tigres del Norte.

Al igual que las estaciones de radio que censuraron los narcocorridos, delante de mis amigas yo también censuraba al grupo más importante de música norteña.
Pero vino el día que, cansada de ocultar mi pasión por el acordeón y el bajo sexto, me salió lo michoacana y le subí todo el volumen a Jefe de jefes.

Mis amigas se quedaron mudas.
Me llamaron naca.
Algunas, de plano, cantaron conmigo.
Pero mi herencia, la voz y el acordeón del Tigre Mayor, me hicieron dejar a Madonna.
Después de salir del clóset y aceptar que era norteña de texana fina, mi adicción se volvió peor.
Y es que esa forma con la que los Tigres rugen, hacen hasta balacear con el pensamiento a más de tres malos recuerdos.
Poco a poco fui descubriendo mi gravedad, coleccionaba toda la música norteña.
En la mañana desayunaba Pakas de a kilo. En la escuela me iba a los basureros a inyectarme La tumba falsa.

Pero, al poco tiempo, las canciones y corridos ya no eran suficientes.

Empecé a buscar otras presentaciones.
Fui a los tianguis a comprar La jaula de Oro, La banda del carro rojo y La camioneta gris. Fue cuando Mario Almada me dio a probar la nueva droga.
Cada vez que iba a un baile me llevaba mi repertorio de cámaras fotográficas y de video a escondidas.
Compraba cada publicación sobre música norteña y Los Tigres. De vez en cuando algo de Chalino, por qué no.
El bajo mundo de la piratería de importación era mi punto de venta.
Cuando ya andaba alucinando con Camelia la Texana y El Tarasco supe que estaba acabando con mi vida, en vez de hacer tarea, me la pasaba escribiendo historias de mi sueño de conocer a Los Tigres en persona, que me imaginaba que algún día se haría realidad. Decidí rehabilitarme.

Volví a buscar a mis amigas fresas para ir sacando el acordeón de mis neuronas intoxicadas.

Guardé en un lugar seguro todo mi repertorio musical y cinematográfico.
Me puse una playera de Madonna y me hice unos mechones como los de Shakira para ver si funcionaba.
Pero el vicio norteño es tentador . Al caminar por los tianguis, los puestos de discos suben el volúmen a todo lo que da, retumba dentro de mí La reina del sur.
Tiemblo cuando enciendo la televisión y está Banda Max.
Lo más cruel es cuando veo los pósters que anuncian el próximo baile. Entonces mi cerebro pide una dosis más de Ya te velé.

Cualquiera que pase por la misma situación sabe que no es fácil dejar de conectarse con el dealer norteño.



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